El día que nació Galia y yo volví a nacer

Llevo un rato viendo la computadora pensando dónde y cómo voy a comenzar a contarles mi historia… Así que decidí no pensar tanto y simplemente comenzar a escribir.
Para quienes no están familiarizados o tan al día de las noticias en mi vida, les doy un poco de contexto: hace 3 meses nació mi tercera hija llamada Galia. Todo lo que vivimos antes, y el día que nació, fue perfecto… La pesadilla empezó un día después.
Aquí te voy a dar chance de ir por un cafecito porque te quiero contar con detalles lo que me pasó. No es algo fácil de compartir para mí y me imagino que tampoco será algo fácil de leer.
El 20 de diciembre del 2021 todo era perfecto, Galia iba por fin a llegar a nuestros brazos y la esperábamos con mucha ilusión. Todo estaba saliendo mejor de lo que pensamos, nos asesoramos muy bien con un curso impartido por una doula llamada Amaya, que se llama «cesárea humanizada» y nos enseñó, a Jorge y a mí, cómo solicitar que nuestra cesárea se viviera con el mayor amor posible.
Hicimos una carta al hospital y así fue. Vimos a Galia nacer, me bajaron la cortina y pude verla salir de mí… pude abrazarla luego luego y pegármela para que pudiera comer de mi a los pocos minutos de su nacimiento. Todo estaba siendo tan perfecto… que jamás nos imaginamos la pesadilla que estábamos por vivir.

En la sala de recuperación me dejaron a Galia conmigo, no me la despegaron ni un momento. Ahí también estaba Jorge, mi esposo, junto a mí. Estábamos felices y a los pocos minutos mi presión empezó a caer y caer hasta llegar a casi 30-20 (eso es demasiado bajo). Llegaron las enfermeras bastante asustadas y no sabían qué hacer, llamaron a los anestesiólogos y pensaron que eso se debía a un medicamento que me dieron.
Intentaron por todos los medios subirme la presión pero no lo estaban logrando. Me estabilicé un poco y nos subieron al cuarto. Yo seguía con Galia en brazos así que aunque me sentía muy mal, todavía tenía la emoción de su nacimiento y estaba más concentrada en cómo darle de comer que en cómo me sentía.
Pasaban las horas y seguían sin controlarme la presión, me sacaron sangre y se dieron cuenta que mi hemoglobina estaba muy baja, es decir había o estaba perdiendo mucha sangre y me hicieron una transfusión de dos bolsas.
Ese día me desperté a las 4:00 am con el abdomen sumamente inflamado y con un dolor que no podría ni siquiera explicar con palabras. A pesar de los medicamentos, el dolor era insoportable. Les decía a las enfermeras, pero se hacía como un teléfono descompuesto en lo que la información llegaba a alguien que me pudiera ayudar.
La ginecóloga que recibió a Galia no se volvió a aparecer. Ahí te atienden doctores diferentes dependiendo del día y turno, que solo leen tu expediente y listo. Es muy frustrante.
Les repetía que me estaba muriendo del dolor del abdomen, que no era normal lo que sentía. Las enfermeras y doctores decían que probablemente era el dolor de gas y aire que se mete en la cirugía y que lo mejor era hacer el esfuerzo de pararme a caminar.
Pero, ¿qué creen? Que era una hemorragia interna. Me estaba desangrando por dentro y mi abdomen se estaba llenando de sangre por eso era el dolor tan insoportable. Ahora imagínense sentir ese dolor y todavía hacer el esfuerzo de pararte y caminar. Porque claro yo en mi cabeza, hacía todo esto para ya estar bien y que me dieran de alta el día siguiente para poder irme con mi bebé y mis otros hijos. Que ilusa fui…
Intenté levantarme varias veces con el peor dolor que he sentido en mi vida. Entre la enfermera y Jorge me ayudaban y claro como yo no tenía sangre en el cuerpo, me desvanecía en sus brazos. Y aun así quienes me conocen saben que logré pararme y caminar, con lágrimas en los ojos, yo solo quería que esto acabara y que el supuesto aire ya se saliera de mí.
Fueron pasando las horas y los minutos y yo tenía a mi bebé junto a mí todo el tiempo, simultáneamente dándole leche con asesoras de lactancia mientras dentro de mi cuerpo, atrás de mi útero, seguía saliendo la sangre… Pero nadie lo notaba, ni siquiera le dieron la importancia porque claro, para ellos eran aires.
Llegó un momento en el que ya no pude más y llorando le pedí a las enfermeras que le dijeran a algún doctor que mi dolor era INSOPORTABLE que yo sabía lo que era tener aire dentro del cuerpo (por mis cirugías previas) y esto era muy diferente.
Hasta las 7 pm del 21 de diciembre, es decir, ya más de 24 horas después una de las doctoras decidió hacerme una tomografía. Para estas alturas yo ya no me podía mover del dolor.
Veinte minutos después, la doctora se paró a lado de mi cama, junto a mi esposo, a mi bebé y a mí, y me dijo:
«Hemos detectado que tienes una hemorragia interna atrás del útero y lleva más de un día chorreando sangre, por eso por más que te hicimos transfusiones, sigues perdiendo sangre y tenemos que operarte ya».
Lo primero que le pregunté fue: ¿Me puedo morir? Y su respuesta fue: sí, necesitamos meterte ya a cirugía si tú lo aceptas.
No puedo explicarles lo que sentí. Miré a Jorge que tenía la cara de shock pero como siempre sabe ser mi roca, y me dijo «vamos amor, una más, todo vas a estar bien».
Fue un proceso muy traumático para mí todo lo que viví hasta que se dieron cuenta de la hemorragia. La manera psicológica, física y emocional que me exigí a mi misma a estar bien y salir adelante fue tan dura, que me generó un trauma.
Cuando salí de cirugía no recuerdo muy bien, solo me acuerdo que vi el reloj y me di cuenta que eran las 4:00am cuando a mi me bajaron a las 11:00pm. ¿Cómo era posible que me separaran tanto tiempo de mi bebé a la que estaba yo haciendo un esfuerzo enorme por darle leche materna exclusiva? No recuerdo bien solo sé que grité y lloré que me subieran ya a mi cuarto, que era inhumano como me estaban tratando y que no pensaran en mi bebé.
Antes de entrar a la cirugía me hice amiga de una enfermera que hablaba español y solo recuerdo a ella insistiendo a los doctores que me subieran ya. Desperté con una segunda cirugía, con un dolor insoportable con muchísimo medicamento y además con un dolor de cabeza que no podia ni ver.
Lo primero que hice fue abrazar a mi bebé y a Jorge y el me dijo «ya amor esto ya acabó». Repito: qué equivocados estábamos.
Cuando pensamos que esto había terminado yo moría del dolor de cabeza. Ese día por fin hice un esfuerzo para tratar de sentirme mejor y que fueran mis hijos que morían por conocer a Galia.
Llegaron y tengo apenas algunos recuerdos, todo lo tengo borrado y no me acuerdo muy bien. Solo se que no me sentía bien.
Tuve los peores dolores de cabeza, todas las enfermeras me daban medicinas, me decían que tomara cafeína (ya llevaba 6) hasta que, gracias a Dios, la única buena enfermera que tuve que fue mi ángel en la tierra, me inclinó la cama y en ese momento se me quito el dolor que no me dejaba ni ver ni hablar.
Llamaron a un anestesiólogo porque tampoco volví a ver a la que me había puesto la epidural y esa doctora me dijo que lo que yo tenía se llamaba dolor de cabeza espinal. Ocurre cuando el fluido espinal que está en el cerebro se derrama y te causa un dolor de cabeza de terror y que en ese hospital no tenían (por las fechas) al especialista que me hiciera el procedimiento para ayudarme al dolor, que me tenía que ir sola (por Covid) en ambulancia hasta otro hospital. Yo escuchaba eso pero era tal mi dolor de cabeza, cuerpo, abdomen y todo, que no podia ni pensar, solo volteaba a ver a Jorge y la cara de frustración que el tenía.
Para todo esto que les cuento imagínense a mi bebé a lado recién nacida, a mí dándole leche materna y todo lo que esto implicaba. Y que además ya era 24 de diciembre y yo seguía dentro de un hospital sin poder saber cuándo iba a salir de ahi.
Me hicieron el procedimiento que inyectan tu propia sangre en la columna y eso aliviana el dolor de cabeza pero aun no estaba bien. Así que tuve que pasar mi 24 de diciembre sin Jorge y sin mis hijos porque le pedí a él que se fuera con ellos.
Mi papá pasó conmigo esa noche de Navidad, si a ese día le puedo llamar así porque para mi la navidad del 2021 nunca existió. La quiero borrar completamente de mi vida.
Comimos mi papá y yo de un tupper con Galia a lado en una cama de luz violeta para regular su bilirrubina. No se quien quería llorar más si él o yo.
El 25 hice FaceTime con mis hijos para ver qué les había traído santa y les dije que esperaba que hoy ya pudiera estar con ellos.
Insistimos el poder ya salir de ese hospital ese dia. Yo no me iba a recuperar estando ahí, necesitaba estar con mis 3 hijos juntos y mi esposo fuera de ese lugar en donde viví la peor pesadilla.
Toda esa semana viví mucho estrés esperando todo el tiempo a recibir una mala noticia tras otra, el trato de mis propios doctores cuando ni siquiera te dan la cara y que por miedo a una demanda no aceptan que tuvieron la peor negligencia médica.
Moría de coraje. Me despertaba en las noches después de esa semana del terror con los peores recuerdos. No sé si era más mi enojo o mi tristeza lo que yo sentía. Sólo sé que tenía que apurarme a salir adelante porque me necesitaba mi bebé recién nacida y mis dos hijos grandes quienes a su dimensión y de acuerdo a su edad, se dieron cuenta de todo y también lo sufrieron.

Después de terapias, cursos , pláticas , libros y mucho en lo que me he metido estoy, empezando a entender el por qué me pasó a mi. Gracias a eso que viví, mi cuñada, la esposa de mi hermano, se pudo ir a otro hospital y no tener a su bebé ahí.
A lo mejor a ella le iba a ir bien o no, nunca lo sabré pero por lo menos, sabré que lo que me pasó ayudó a que ella pudiera evitar entrar a esa pesadilla.
También me demostró que soy inmensamente fuerte. Me admiro por lo que viví. No me dejé vencer y me dio un gran aprendizaje de vida.
Hoy a 3 meses, me atreví a contarles esto porque como dijo una amiga, a lo mejor por este medio puedo ayudar a futuras mamás a jamás vivir lo que yo viví. A saber escuchar las señales cuando estan ahí, y más que nada, a no dar la vida por sentado, valorar cada minuto, bueno y malo, porque la vida es lo mejor que podemos tener.
Tristemente, aunque quisiera ya cerrar este capítulo, todo esto que me pasó tuvo consecuencias que todavía tengo que tratar, pero en eso estoy.
Ahora lo veo ya como algo que tengo que resolver para ya poder cerrar este capítulo.
Hoy decidí tatuarme mi corazón y el de mi bebé, que a pesar de la gran adversidad, nunca dejaron de latir y juntos tuvieron la fuerza de salir adelante, de salir de ahí.

Sé que tengo una misión en esta vida y estoy inmensamente agradecida con Dios por dejarme quedarme a encontrarla.
Gracias por leerme los quiero.
Besos, Bibi.
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